viernes, 16 de julio de 2010

"Ha": extremo afilado de la hoja

 
Cinco magníficas armaduras del periodo Sengoku dan la bienvenida a los visitantes que se internan en el fastuoso vestíbulo del Metropolitan. Su pose intenta recrear una vívida escena de lucha entre samurais, pero de una manera ciertamente extraña, incapaces de no contrastar con la arquitectura neoclásica del entorno. El conjunto resulta sobrecogedor. Las inertes efigies de los guerreros, cuyas máscaras asemejan los rostros de los demonios del inframundo, parecen buscarse entre si, como en una lucha congelada en el tiempo y transportada delicadamente a un nuevo escenario tan ajeno, a un templo de la modernidad que aspira a la grandeza de lo que una vez el hombre hiciera en la era de los dioses olímpicos. Un lugar extraño, una lucha inconclusa en un lugar extraño.

Esta maravilla es fruto de la última exposición del Metropolitan, "Bushido, el camino del guerrero", en la que muchos de los ricos fondos del museo van a ser expuestos coincidiendo con el aniversario del establecimiento del consulado nipón en Nueva York. Y es por este acontecimiento que Piero viene a la ciudad. 

Durante toda la mañana Piero ha recorrido las espaciosas salas del Metropolitan admirando la rica colección de armas y armaduras del país del sol naciente. Podría parecer un turista más, pero su comportamiento lo delata como alguien interesado en algo más que la mera visión del conjunto, de hecho ya ha sido amonestado en un par de ocasiones por acercarse demasiado a las piezas expuestas. Con sus gafas de montura metálica y su bloc de notas, pasaría por un estudiante o un investigador aficionado, pero en realidad sus conocimientos sobre estas y otras muchas armas sobrepasan en mucho a los de cualquiera de los expertos presentes en el museo.

Junto a él, Charly, el compañero de Emily. Piero y Charly no se conocían, pero Emily insistió en que Piero fuese acompañado por Charly en su visita, más en calidad de chófer que otra cosa, puesto que su trabajo no le permitiría reunirse con ambos hasta la tarde. Existe un parecido razonable entre ambos, al menos exteriormente, cuerpo fibrado, pelo oscuro, gafas y perilla; ignorado el aspecto, sus comportamientos marcan las diferencias internas. Piero, conocedor del ámbito de la muestra, explica pacientemente a Charly cuantas peculiaridades pueden encontrarse en las diferentes armas y armaduras presentes. A su vez, éste último atiende cual alumno aplicado, con esa capacidad de atención que sólo los niños muestran al posar por primera vez sus inocentes ojos en un mundo que los sobrepasa.

Mas tarde, una vez fuera del museo, sentados sobre la verde hierba de Central Park, Piero volverá a esa reflexión, a notar lo diferentes que son en su interior él y Charly. Le explicará la diferencia entre las castañas dulces y amargas, el porque las amargas son abandonadas sobre la hierba y nadie las come; y se sorprenderá por ello, de lo alejado que se encuentra Charly de su entorno, de su capacidad de asombro y de su ignorancia, más propias de un niño que de alguien de su edad, prácticamente la misma que él.

Tan diferentes en unos aspectos, con ciertas semejanzas exteriores y un nexo común, ella.

En realidad a Piero le agradó Charly y se sintió a gusto en su compañía, de lo contrario las cosas hubiesen sido muy diferentes. Como luego descubrió Piero, Charly se sentía muy incomodo con su presencia en la ciudad, no conocía lo que había pasado entre él y Emily, no exactamente, pero si lo suficiente para estar intranquilo. El agradarle se convirtió en su mejor garantía de que nada malo sucediera.

No obstante, para Piero fue una sorpresa encontrarla con un hombre tal. Ella era una mujer iniciada, conocedora de vías que hasta a él mismo le causaban respeto a pesar de su entrenamiento de guerrero. Una vidente, de las Hijas de Selene. Y Charly era, bueno, técnico ascensorista, un hombre corriente. Nada malo desde luego, pero se le antojaba escaso en potencial, sobre todo en comparación con Emily. Tal vez su preocupación viniese del hecho de que entre él y Emily no fructificara nada y se sintiese responsable de la situación actual. Pero que podía hacer él después de lo pasado, como Siervo de Neit, poco más podría haber hecho.

De cualquier forma, no eran estas las preocupaciones que lo habían traído de regreso a la ciudad,  aún debía examinar los datos recogidos en el museo. Sabía que entre todas las piezas examinadas se encontraba la que buscaba, aquella que utilizó el maestro Onmyoji hacía ya tanto tiempo. Cuando la encontrase, Emily le sería de gran ayuda.