domingo, 19 de diciembre de 2010

Y de repente todo pasa, o ha pasado...



No recuerdo bien quien lo dijo, aunque sabiéndome un completo inútil para recordar nombres, poco me extraña; el caso es que lo dijo: "La vida es aquello que te sucede mientras haces planes para vivirla". O por lo menos algo parecido.

Y la verdad es que me sorprendo a mi mismo siendo víctima de ese mismo pensamiento. Hoy he visto, una vez más, una vieja película de los ochenta, lo que me ha recordado la cantidad de tiempo que ha pasado desde la primera vez. Y es que miro a mi alrededor, en mi casa, donde vivo y gestiono mi propia vida, en la que decido las cosas grandes y las pequeñas; y me doy cuenta de que esta situación ha llegado como sin avisar. No hace cinco años vivía en casa con mi madre, ajeno a toda responsabilidad y ahora tengo dos facturas mensuales a mi nombre. 

He echado en falta una señal, un rito iniciático que me de acceso a esta nueva vida, que me avise al menos. Pero no, todo ha llegado lentamente, digo yo, o demasiado rápido para siquiera darme cuenta. Un enigma, pero evidente es que ha sucedido.

Y es que ni siquiera he tenido tiempo de imaginármelo, de pensar en que tipo de casa quiero tener, de crear y recrear una ilusión de lo que será mi casa, de tantas cosas en las que pensar.

Diré que de todas formas en nada me estresa este hecho, pues vivir, vivo, aunque lo haga, como a veces creo que hago, a salto de mata. Claro que tampoco conozco la experiencia de la mayoría de la gente que me rodea, y no sé si a ellos tampoco les salen los planes que ni siquiera han hecho.

Tal vez lo mejor del caso sea precisamente eso, no haber creado ninguna expectativa, pues suele ser madre de la frustración. Así que termino recordando algo que dijo alguien cuyo nombre obviamente olvido: "Vive el momento, pues ni el pasado ni el presente existen".

miércoles, 15 de diciembre de 2010

To wash or not to wash



No parece que esta entrada vaya a descubrir los entresijos del universo, ni mucho menos pretender buscar el origen del pensamiento humano, pero no puedo por menos que escribir unas líneas a algo tan cotidiano como fregar los platos.

En realidad lo que quiero hacer es contraponer dos situaciones tan dispares como lo son tener que discutir por unos platos que llevan dos días (de calendario) en el fregadero sin ser limpiados y discutir para impedir que tu pareja friegue, porque ya ha hecho suficiente.

Como bien he dicho, poco trascendental la situación; pero que en el fondo, bien puede usarse como piedra angular de la convivencia, o como mínimo, como un buen indicador de la existencia o ausencia de la misma.

Escribo esto para ser consciente de estas dos realidades que para bien o para mal he vivido personalmente gracias a las personas que en un tiempo u otro he elegido para compartir vida, casa y, como no, fregado.

Sólo me queda dar gracias a los dioses por estar acompañado ahora por quien se preocupa por fregar tanto como yo; y recordarme a mi mismo lo fácil que se olvida lo que fueron unos platos que, en un momento pretérito, pernoctaron hacinados en un pequeño cubículo metálico a la espera de alguien que los rescatase.

A veces las cosas simples significan mucho, otras, demasiado.

martes, 7 de diciembre de 2010

La vida florece, a pesar de Liebig




En general no me quejo de mi vida, puesto que he de admitir que vivo bien. Adicionalmente, teniendo en cuenta que me considero una persona libre y con capacidad para elegir su camino, no puedo quejarme del rumbo que toma mi existencia, elegido por mi mismo como ha sido.

Pero a veces... que duro es mirar hacia un futuro incierto (como si hubiera futuros con garantía) y no dejarse llevar por la angustia existencial. Especialmente cuando los dineros se van agotando y los ingresos no se prometen continuos.

Es en esos momentos en los que decido mirar a mi alrededor, realizar una breve auditoría de mi vida, mi entorno, mis sueños y mis logros con la sana intención de recordarme que estoy vivo, de que no es mi vida un valle de lágrimas y ,muy al contrario, soy una persona muy afortunada gracias a las personas que me rodean y a las circunstancias donde me ha tocado vivir. Pero luego viene Liebig...

¿Y quién es ese Liebig, si puede saberse?, se preguntará alguno, pues un alemán ya hace tiempo fallecido famoso por dos logros. El primero, y el que mayor fortuna le reportó, por crear un extracto de carne gracias a un proceso de su invención. Esto es algo que dudo me afecte en lo más mínimo ni ahora ni nunca. Y en segundo lugar por formular la conocida como Ley de Liebeg, o Ley del mínimo, que establece que en el crecimiento vegetal lo importante no es aquello que abunda, si no el factor con menor presencia, el denominado factor limitante.

Pues bien, no siendo un vegetal debiera importarme poco esta ley tan interesante para la fisiología vegetal, pero me ha dado por pensar a mi que tal vez sea extrapolable a otros aspectos de la existencia.

Esta ley viene a decir que da igual todo lo que tengamos en cantidad suficiente, pues será aquello de lo que carezcamos lo que limitará nuestro crecimiento. Entiéndase crecimiento personal en lugar de vegetal y ya tenemos hecha la puñeta a nuestra existencia. Pues de ser esto así, y haciendo una simplificación cercana al absurdo pero a la vez muy comprensible, no importará si tenemos salud y amor careciendo de dinero, o dinero y amor careciendo de salud, pues lo que nos condiciona es aquello de lo que carecemos.

Lo cual, hablando mal y pronto, es una putada.

Por suerte nos queda el alivio de saber que los niveles mínimos son tan subjetivos que sería imposible determinar un valor objetivo de felicidad. Por lo tanto hagamos como la gata de mi madre, que es feliz con una caja de cartón donde meter aunque sea tan sólo una pata.