lunes, 22 de noviembre de 2010

La llegada del joven señor



Heme aquí, Baltazar, maestre de la casa Oster, dispuesto a narrar los sucesos que acontecieron en los días posteriores a la llegada de mi joven señor, Sir Victor Oster, el tercero de la casa al que sirvo. De todas formas considero oportuno comenzar mi relato un poco antes, siquiera sea para poner al lector en antecedentes.

Sir Victor, hijo de Sir Galant Oster y Lady Elaine Widock, nació de la prometedora unión de dos casas nobles de no demasiada importancia, pero de intereses complementarios; la primera, una casa de rancio abolengo asentada en los valles septentrionales de las Montañas de la Luna, la segunda, una casa bien situada en las tierras del norte gracias a sus intereses mercantiles y su flota naviera. 

Sería injusto obviar que Sir Victor vino a este mundo acompañado de una hermana melliza, Lady Elaine, llamada así por su madre, orgullo de sus progenitores, pero para la que el destino guardaría una trágica y prematura desaparición. Precisamente fue este desastre el que marcaría su vida y con ella el destino de la casa Oster para siempre.

Habiendo sido llamado Sir Galant para una larga campaña por su señor más inmediato y sabiéndose estas tierras propensas a los ataques de los clanes salvajes, se decidió que madre y mellizos viajasen a los dominios de la casa Widock, tierras más civilizadas donde podrían disfrutar de una mayor seguridad.

El día en que Lady Elaine se despidió de los domésticos de Osterock, fortaleza de la casa, sería el último día que la viese, pues su viaje nunca permitió que barco alguno la trajese de vuelta.  Y no se fue sóla, pues la acompañó su tierna hija de igual nombre, dejando como único superviviente de una travesía maldita al que hoy es mi señor, el niño Victor Oster. A pesar del dolor que causó tamaña tragedia, el heredero de la casa estaba a salvo.

Tras este cruento viaje, Victor Oster fue llevado al amparo de su casa materna, donde su abuela Lady Ingrid Avery ocupó el lugar de su madre arrebatada por las aguas, dedicándose en cuerpo y alma a la educación de quien habría de convertirse en caballero y gobernante de nuestra noble casa.

Quiso el destino que este momento llegase prematuramente, a la joven edad de 18 años, cuando para gloria de nuestro buen rey, Sir Galant Oster perdiera la vida en defensa de su señor.

Así mi relato alcanza el brumoso día en que un grupo de gráciles veleros, con Sir Victor en la proa de uno de ellos, entrase en la bahía del Yule y atracasen en Yuleport. Los que pudieron contemplar la escena desde las torres de vigía del puerto describirían después la escena como una aparición casi faerica, con el joven caballero de cabellos dorados como elevado sobre las aguas de la bahía, surgido de entre la niebla cual aparición, hasta que los primeros rayos de sol de la mañana iluminaron su brillante armadura color rojo carmesí.

La sensación de aparición permaneció en tanto que, tras atracar, de las  naves descendió un séquito igual de joven que nuestro señor, dando la impresión de que nos visitase un noble elfo con su corte de niños perdidos. No serían pocos los que, a pesar de verse maravillados por la llegada del señor, no fueron capaces de confiar en que un muchacho imberbe de cabellos dorados, que había permanecido lejos de su dominio desde su más tierna infancia, fuera capaz de traer la paz y orden que los años de guerra habían arrebatado de la región.

Afortunadamente para él, y para todos nosotros, el castellano de su padre, William Todd, hombre leal y capaz, no tuvo duda alguna, y al encontrarse junto a su nuevo señor, hincó rodilla en tierra y ofreció su espada como signo de sumisión. Este hecho tranquilizó a muchos, pues William Todd, "el puño de los Oster", era capaz de acallar las dudas más persistentes con su sola presencia. Fue una imagen extraña, pues nuestro señor, apenas un niño, era agasajado por la impresionante mole de William, uno de los hombre más grandes de la región, quien aún agachado, casi sacaba una cabeza a nuestro joven señor.

Y así comenzó la vida de Sir Victor Oster como señor de Osterock y protector de Yuleport, con muchas dudas y un atractivo tal, que muchos hombres eran incapaces de sentirse cómodos en su presencia.



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