martes, 7 de diciembre de 2010

La vida florece, a pesar de Liebig




En general no me quejo de mi vida, puesto que he de admitir que vivo bien. Adicionalmente, teniendo en cuenta que me considero una persona libre y con capacidad para elegir su camino, no puedo quejarme del rumbo que toma mi existencia, elegido por mi mismo como ha sido.

Pero a veces... que duro es mirar hacia un futuro incierto (como si hubiera futuros con garantía) y no dejarse llevar por la angustia existencial. Especialmente cuando los dineros se van agotando y los ingresos no se prometen continuos.

Es en esos momentos en los que decido mirar a mi alrededor, realizar una breve auditoría de mi vida, mi entorno, mis sueños y mis logros con la sana intención de recordarme que estoy vivo, de que no es mi vida un valle de lágrimas y ,muy al contrario, soy una persona muy afortunada gracias a las personas que me rodean y a las circunstancias donde me ha tocado vivir. Pero luego viene Liebig...

¿Y quién es ese Liebig, si puede saberse?, se preguntará alguno, pues un alemán ya hace tiempo fallecido famoso por dos logros. El primero, y el que mayor fortuna le reportó, por crear un extracto de carne gracias a un proceso de su invención. Esto es algo que dudo me afecte en lo más mínimo ni ahora ni nunca. Y en segundo lugar por formular la conocida como Ley de Liebeg, o Ley del mínimo, que establece que en el crecimiento vegetal lo importante no es aquello que abunda, si no el factor con menor presencia, el denominado factor limitante.

Pues bien, no siendo un vegetal debiera importarme poco esta ley tan interesante para la fisiología vegetal, pero me ha dado por pensar a mi que tal vez sea extrapolable a otros aspectos de la existencia.

Esta ley viene a decir que da igual todo lo que tengamos en cantidad suficiente, pues será aquello de lo que carezcamos lo que limitará nuestro crecimiento. Entiéndase crecimiento personal en lugar de vegetal y ya tenemos hecha la puñeta a nuestra existencia. Pues de ser esto así, y haciendo una simplificación cercana al absurdo pero a la vez muy comprensible, no importará si tenemos salud y amor careciendo de dinero, o dinero y amor careciendo de salud, pues lo que nos condiciona es aquello de lo que carecemos.

Lo cual, hablando mal y pronto, es una putada.

Por suerte nos queda el alivio de saber que los niveles mínimos son tan subjetivos que sería imposible determinar un valor objetivo de felicidad. Por lo tanto hagamos como la gata de mi madre, que es feliz con una caja de cartón donde meter aunque sea tan sólo una pata.


No hay comentarios:

Publicar un comentario