domingo, 21 de marzo de 2010

Onicerat el Caído, Señor de la Fortaleza de Arenas Negras



En mitad del desierto negro, rodeado por una basta extensión de las nada más absoluta, se yergue una oscura roca  que parece desafiar a los mismísimos cielos con su pérfida figura. Y sobre esta, construida con el sacrificio en sangre de miles de esclavos, la infame Fortaleza de Arenas Negras.
Cualquiera con el valor o la locura suficientes para atravesar el inhóspito desierto negro creerá hallar su salvación a los pies de esta oscura roca, en mitad de la nada de una planicie inabarcable, única promesa de sombra y descanso seguro. Pero cuan insensata esta vana esperanza, pues lo que en el interior de la fortaleza espera no puede estar más alejado de la paz y el descanso.
En esta fortaleza, construida sobre los lamentos de muchos, habita un desalmado practicante de la más horrible forma de Al-Qilme, un hechicero de negro corazón llamado Onicerat.
Cuenta la leyenda que antaño fue un sabio erudito capaz de controlar las arcanas energías del cielo y de la tierra, del fuego y el éter, de los hombres y las bestias; pero un fatídico día comenzó un desgraciado descenso hacia un abismo de perdición que lo encumbraría como señor de la Fortaleza de Arenas Negras.
¿Que pasó?, ¿que fue lo que lo arrastro de un camino de rectitud para adentrarse en las sombras?, lo que desencadenó esta pérfida caída fue el intentar controlar el único poder que se le escapaba a este poderoso hechicero y este fue el dominio sobre el mayor de los ladrones, el mayor miedo de todo hombre cuerdo o desequilibrado de este mundo, el control sobre la mismísima muerte.
¿Y que llevo a este poderoso mago a buscar un poder tal? ¿Sed de poder? ¿De conocimiento tal vez? ¿O tan sólo una tremenda locura? Pues bien, nada de esto tuvo nada que ver con los tristes acontecimientos que tuvieron lugar en un día como hoy, en un palacio como este, a una bella y delicada criatura, tan hermosa que, su padre, el poderoso Onicerat, la cuidaba como el mayor de sus tesoros.
Esta bella dama, de nombre Lurasizhar, competía en fama con su padre, sino en sabiduría, si en belleza, pues su hermosura era proverbial y conocida del mortífero mar salado, al ignoto mar de dunas del oeste.
Nadie hubiera permitido de haberlo podido evitar que tan hermosa criatura fuese presa de la más terrible enfermedad, ni nadie, ni su padre, ni todos los sabios y físicos a los que consulto, pues, ¿quien podría desear el sufrimiento de la mas dulce de las creaciones del señor?
Sin embargo nada pudo hacerse, y por mucho que su padre lo intentara, ni con todo su saber pudo evitar la muerte de su amada hija Lurasizhar.
Onicerat desespero de sufrimiento, maldijo a los espíritus del aire y de la tierra, del fuego y del éter, de los hombres y de las bestias, todos cuantos conocía y sobre los que tenia poder, por haber permitido la muerte de su pobre y bien amada hija. Y tras proferir semejante maldición, tan sólo quedo la oscuridad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario