jueves, 25 de marzo de 2010

Cálido despertar


Hace unos días sufrí un estridente y traumático despertar a manos de la tecnología, algo no tan ajeno a nuestros días pero a lo que mi naturaleza se resiste a acostumbrarse. Tal vez sea por eso que me es frecuente despertar súbitamente, pocos segundos antes de que ese objeto infernal perturbe mi descanso...

De todas formas, si hace unos días sentía desgarrar mi ser ante tal experiencia, hoy puedo escribir desde la más plácida experiencia de despertar poco después del amanecer arropado por el calor de una tierna compañía. Es el astro rey una vez más quien despierta mis sentidos, quien encumbra mis deseos de vivir y me permite disfrutar del mundo, quien me hace retornar del intangible reino de Morfeo para gozar de la existencia carnal. 

Y es que ese trance del que hablara, no se hace trauma una vez desterrado ese estridente e infernal artilugio salido de la mente de algún habitante del Averno. Muy al contrario, es agradable despertar lleno de gozo. 

Sea cuando fuere que leáis estas líneas, os deseo buenos días, y muchos placenteros despertares.



domingo, 21 de marzo de 2010

Onicerat el Caído, Señor de la Fortaleza de Arenas Negras



En mitad del desierto negro, rodeado por una basta extensión de las nada más absoluta, se yergue una oscura roca  que parece desafiar a los mismísimos cielos con su pérfida figura. Y sobre esta, construida con el sacrificio en sangre de miles de esclavos, la infame Fortaleza de Arenas Negras.
Cualquiera con el valor o la locura suficientes para atravesar el inhóspito desierto negro creerá hallar su salvación a los pies de esta oscura roca, en mitad de la nada de una planicie inabarcable, única promesa de sombra y descanso seguro. Pero cuan insensata esta vana esperanza, pues lo que en el interior de la fortaleza espera no puede estar más alejado de la paz y el descanso.
En esta fortaleza, construida sobre los lamentos de muchos, habita un desalmado practicante de la más horrible forma de Al-Qilme, un hechicero de negro corazón llamado Onicerat.
Cuenta la leyenda que antaño fue un sabio erudito capaz de controlar las arcanas energías del cielo y de la tierra, del fuego y el éter, de los hombres y las bestias; pero un fatídico día comenzó un desgraciado descenso hacia un abismo de perdición que lo encumbraría como señor de la Fortaleza de Arenas Negras.
¿Que pasó?, ¿que fue lo que lo arrastro de un camino de rectitud para adentrarse en las sombras?, lo que desencadenó esta pérfida caída fue el intentar controlar el único poder que se le escapaba a este poderoso hechicero y este fue el dominio sobre el mayor de los ladrones, el mayor miedo de todo hombre cuerdo o desequilibrado de este mundo, el control sobre la mismísima muerte.
¿Y que llevo a este poderoso mago a buscar un poder tal? ¿Sed de poder? ¿De conocimiento tal vez? ¿O tan sólo una tremenda locura? Pues bien, nada de esto tuvo nada que ver con los tristes acontecimientos que tuvieron lugar en un día como hoy, en un palacio como este, a una bella y delicada criatura, tan hermosa que, su padre, el poderoso Onicerat, la cuidaba como el mayor de sus tesoros.
Esta bella dama, de nombre Lurasizhar, competía en fama con su padre, sino en sabiduría, si en belleza, pues su hermosura era proverbial y conocida del mortífero mar salado, al ignoto mar de dunas del oeste.
Nadie hubiera permitido de haberlo podido evitar que tan hermosa criatura fuese presa de la más terrible enfermedad, ni nadie, ni su padre, ni todos los sabios y físicos a los que consulto, pues, ¿quien podría desear el sufrimiento de la mas dulce de las creaciones del señor?
Sin embargo nada pudo hacerse, y por mucho que su padre lo intentara, ni con todo su saber pudo evitar la muerte de su amada hija Lurasizhar.
Onicerat desespero de sufrimiento, maldijo a los espíritus del aire y de la tierra, del fuego y del éter, de los hombres y de las bestias, todos cuantos conocía y sobre los que tenia poder, por haber permitido la muerte de su pobre y bien amada hija. Y tras proferir semejante maldición, tan sólo quedo la oscuridad.

lunes, 8 de marzo de 2010

Solitario anochecer...

Era noche cerrada, desde la ventana apenas se distinguían las luces de las aldeas distantes, los últimos carruajes habían partido ya y apenas quedaba rastro de los invitados del duque. Sin embargo, éste continuaba pensando en todo lo acontecido, repasando cada detalle de lo que se había hablado, valorando las posturas de los diferentes interlocutores, intentando prever los siguientes pasos a seguir, las decisiones que se habrían de tomar tiempo después. 

Y esto lo agotaba, hacía mucho tiempo que no se celebraba un concilio semejante entre los muros de su apartada residencia, mucho tiempo desde que nobles venidos de cerca y de lejos se juntaran para debatir objetivos comunes a seguir, mucho tiempo desde la última vez. Desde la caída de los territorios del este... desde la guerra civil de Ortang. 

Tal vez era eso lo que lo desgastaba por dentro, lo que ocupaba su mente hasta la extenuación. El miedo a vivir otra guerra civil, el miedo a no ver ninguna señal de la caída inminente, como le pasó la última vez. 

Aunque claro, todo era diferente, sus dominios eran ahora prósperos, los nobles que frecuentaban su morada no eran los de antes, todo era distinto, y sin embargo, el miedo permanecía y obligaba al duque a pensar en cada uno de los detalles, a intentar predecir las acciones y reacciones del resto de nobles... porque, a fin de cuentas, ¿no eran personas lo mismo que aquellos nobles olvidados? ¿que aquellos ingratos que juraron destruirle?

El reloj hizo sonar las doce por los pasillos del palacio y por un segundo sorprendió al duque que, junto a la ventana, mirando la negrura de la noche, se encontraba perdido en sus pensamientos. Fue entonces cuando la duquesa, amante compañera del duque, entró en la sala y se acercó a este preocupada por su semblante cansado y ausente. 

-¿Te encuentras bien? Ya es noche cerrada y deberías acostarte- dijo mientras posaba dulcemente sus manos en la sien del duque, en un acto que nunca adivinaría cuan importante era en aquel momento de debilidad, de cansancio, de soledad...


Espantados fueron los oscuros pensamientos, desechada la soledad...