miércoles, 2 de septiembre de 2009

Al filo de la media noche

Quienes me conocen saben de mi pasión por las armas blancas, dícese del arma de hoja de hierro o de acero, como la espada. Este fruto del ingenio humano posee el dudoso honor de ser el primer objeto creado exclusivamente como arma ofensivo contra otro humano. Aún así, decir sólo esto sería omitir mucho de lo que son o han sido las armas blancas, y más especialmente las espadas.

Hace poco tuve el fugaz destello de lo que puede significar este hecho tan aborrecible, la destrucción de una vida humana, el uso de un arma que será teñida de rojo y dejará de ostentar el título de blanca. Fue gracias a Morfeo, y a los dioses doy gracias de que no tenga la desgracia de soportar ese trance en los dominios del día, pero la sensación con la que desperté sobresaltado me hizo pensar en el horror que esconde la belleza de un objeto destinado a destruir la vida humana. Verdadramente aborrecible.

Tiempo después, acompañado del sosiego que nos brinda la luz del día, reconocí este horror real, pero que no se esconde en las armas que empuñamos, si no en los brazos que las esgrimen. No es violenta la espada sanguinaria, lo es la naturaleza humana, la naturaleza misma de la que formamos parte indivisible.

Es por ello que recordé que la espada, símbolo de destrucción, también lo es de ley. De orden, de honor, de todo aquello que demuestra que lo humano, aún siendo naturaleza, puede ser capaz de sentimientos que lo diferencian del instinto. La espada ha significado la rectitud y el equilibrio, la violencia contenida en una línea de acero, una fina línea que nos separa de las bestias.

Hoy soy más consciente de la realidad del arma blanca, de sus brillos y sus sombras, o tal vez sea de los brillos y las sombras de su creador de lo que soy más consciente, pero a pesar o gracias a ello, sigo sintiendo una fuerte atracción por este artefacto humano que tanto representa para mí y para tantos en un mundo tan diferente del que lo vio nacer.

1 comentario:

  1. Yo también he llegado a sentir ese horror, esa realidad de las armas blancas. También la atracción por las mismas. Me ocurre cuando veo una auténtica, me refiero a una que no sea una reproducción. Pienso en el horror que ha podido desencadenar en el pasado, en su historia más negra, más oscura. Pero también veo su extraordinaria belleza, su perfección, su poder.
    Armas de doble filo.

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