jueves, 17 de septiembre de 2009

El Señor de Lavelanet



Era extranjero, o por lo menos parecía serlo, un personaje diferente en algo al resto de la gente allí congregada. Parecía moverse de una manera especial, tal vez fuera simplemente distinto del resto de los hombres, más fino, con cierta gracia en sus movimientos que lo podrían haber encasillado mejor en el sexo femenino, que no afeminado. Digamos que recorría la abarrotada estancia como pez en el agua, con una gracilidad digna de alguien que, de alguna manera, sabía moverse, que controlaba cada uno de sus pasos para evitar rozarse con la masa humana que lo rodeaba. Supongo que eso fue lo primero que me llamo la atención del desconocido, pero no sería lo único que lo hacía excepcional y que alimentaría mi sorpresa.

A diferencia de muchos otros de los nobles presentes, parecía recorrer las estancias de un grupo de nobles a otro, no parecía tener un lugar asignado o que le fuera en gracia; y así fue como, de nuevo para mi sorpresa, se acercó hasta nosotras. Lo único que sabía hasta entonces del extraño personaje era que por su estatus no debiera de buscar la compañía de nuestras humildes personas, pudiendo como podía codearse con los más selectos círculos de los allí congregados. En un primer momento creí que tal vez fuera por su carácter liberal, e incluso iconoclasta, por lo que se acercó a nosotras, (o como él mismo me reconoció más tarde, por contemplar de cerca la belleza de mi joven compañera, una bella dama recién llegada de las tierras del norte), motivo que me pareció fútil en extremo, pero que después de un tiempo en su compañía, llegué a considerar todo un ardid del destino que me permitiría conocer al interesante Señor de Lavelanet.

Las siguientes noches volvería a rondarnos, y poco a poco pareció ir perdiendo el interés en la belleza hueca de mi joven compañera para desarrollar conversaciones de toda índole en las que demostraba toda una suerte de conocimientos sobre los temas más diversos. Era su carácter inquisitivo a la par que burlón, y gustaba de conversar argumentando con tal pasión como si de un combate a espada se tratase, a pesar de lo cual, tras la discusión más acalorada, parecía olvidar el haberse sulfurado y regresaba a su estado jovial y relajado que lo caracterizaba. Otras veces, en mitad de una docta argumentación, se veía atraído por algún evento que consideraba de gran belleza y se quedaba ensimismado como si la curiosidad de un niño se hubiera apoderado de su voluntad y acto, para regresar repentinamente y continuar hablando como si no hubiera pasado nada. En cualquier caso, era un placer escuchar hablar a tan docta figura, un verdadero maestro, cuya sabiduría se forjaba en base a una insaciable curiosidad por todo cuanto le rodeaba.

Y algo debió de ver en mí, puesto que poco a poco, dejo de frecuentar muchos de los otros círculos de la nobleza, para pasar horas y horas conversando sobre lo divino y lo mundano en mi compañía, alejados del mundanal ruido, recluidos en sus estancias privadas o en algún rincón discreto de los jardines de palacio. ¿De que hablamos exactamente?, bueno, eso tan sólo podrá ser contado con más tiempo, por ahora ya ha sido suficiente por una noche, y el Señor de Lavelanet no es para una única noche...


Condesa de Evala




4 comentarios:

  1. Me ha encantado la foto del archiconocido "Palacio de los bosques de Zornotzandalus".
    Curioso lugar...y curiosa historia...
    Gracias.

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  2. Espero ansiosa la continuación de la historia.

    Cada vez te veo mejor.

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  3. Son las musas que regresan de vacaciones...

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  4. Una se queda con ganas de saber cómo continúa la historia y descubrir un poco más al misterioso señor de Lavelanet...
    En breve visitaré sus tierras, próximas al Pog y los enigmas de Montségur...

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