domingo, 24 de enero de 2010

Los Monteazul y los Cerroblanco


Ocurrió hace ya mucho tiempo, en un reino muy lejano, donde dos familias de rancio abolengo luchaban la una contra la otra por ya nadie sabe que antigua afrenta.

Estas dos familias eran los señores de Monteazul y los señores de Cerroblanco.

Mucha sangre había corrido debido a este terrible enfrentamiento, pero quiso el destino, acaso Cupido, que los primogénitos de ambas beligerantes casas se conociesen un soleado día en los montes que rodeaban sus dominios. Ella se llamaba Camile de Monteazul, y el Rodrigo de Cerroblanco. Fue un encuentro fortuito, en el que ni siquiera se reconocieron como enemigos, tal y como sus familias hubiesen querido, y en el que quedaron prendados el uno del otro. Ah, el amor.

Sin embargo, a pesar de su noble sentimiento, nunca podrían encontrar el amor el uno al lado del otro, pues ninguna de sus familias se lo permitiría. Y fue por esto que ambos sufrían de amor y de desamor a un tiempo, sabiendo que su unión era imposible.
En este lamentable y melancólico estado se encontraba la bella Camile cuando su padre y tutor decidió que ya tenía edad suficiente para contraer matrimonio, creyendo además que al desposarse volvería Camile a recobrar su ánimo perdido. Más ningún pretendiente agradaba a Camile, ya que en realidad seguía enamorada de Rodrigo, el hijo del enemigo de su propio padre.

Así las cosas, y después del paso de muchos pretendientes a los que Camile rechazara, su padre, cansado de tal situación, decretó que concedería la mano de su hija a aquel caballero que obtuviese la victoria en un combate de armas.
Camile sufrió al conocer esta decisión, pues sabía que entonces ya nunca más podría albergar la esperanza de encontrarse con su amado Rodrigo, pues sabía que ante la decisión de su padre, no podría negarse a contraer matrimonio con aquel que fuese el ganador en combate de entre todos sus pretendientes.

Con este temor en el cuerpo, busco ponerse en contacto con Rodrigo para informarle de la decisión de su padre y así de paso volver a verle por una última vez. Pero Rodrigo, al oír todo esto tomo la determinación de presentarse el mismo al combate y ganar así la mano de Camile con la que se desposaría. Camile le imploró preocupada que no lo hiciera, pues los hombres de su padre no dudarían en acabar con su vida nada más pusiese un pie en las tierras de su familia.

Fue entonces cuando a Rodrigo se le ocurrió una idea, pero para salvaguardar mejor a su amada decidió no contarle nada diciéndole: “No os preocupéis mi amada, dejadme hacer, pues he de guiarme con cuidado para que nuestro amor triunfe, regresad junto a vuestro padre y no temáis”, y diciendo esto se marchó.

Sabed cual fue la idea de nuestro bienhallado Rodrigo, ocultaría su rostro de tal manera que no pudiera ser reconocido y así podría presentarse en el combate por la mano de su amada, lucharía contra todo aquel que se le enfrentase hasta conseguir lo que tanto anhelaba su corazón. Así enmascarado, se presentó como el Caballero de la Flor de Lys, dispuesto a luchar por su amada.

Muchos fueron los pretendientes que se presentaron a las puertas de la casa de los Monteazul, y muchos fueron los combates que se desarrollaron en el torneo por la mano de Camile de Monteazul.

Hasta que al final sólo dos contendientes quedaron en pie, Ferdinando de Aguasnegras y el Caballero de Flor de Lys.

Y esto es lo que pasó… que nuestro bienamado caballero terminó por vencer al último de sus contrincantes.

Habiendo ganado el combate nuestro enmascarado caballero, se presentó ante el señor de Monteazul para recibir aquello por lo que había luchado duramente. Pero el señor de Monteazul exigió que le fuese revelado el rostro de quien tan bien había luchado para poder conocer la identidad de quien sería su yerno. Con cierta reticencia el caballero enmascarado descubrió su rostro. El señor de Monteazul, reconociendo al hijo de su más acérrimo enemigo, ordenó que fuese apresado, pero cuando los guardias se acercaron a Rodrigo, Camile se interpuso entre estos y su amado pidiendo clemencia para el que era depositario la llave de su corazón.

En un principio el señor de Monteazul se vio contrariado por los acontecimientos que no llegaba a comprender, pero viendo como se miraban los dos enamorados, no pudo hacer otra cosa que claudicar y permitir que su querida hija Camile se desposase con el que, a fin de cuentas, había luchado valientemente, incluso internándose en la boca del lobo por su amor.

Y así fue que la antigua enemistad entre los Monteazul y los Cerroblanco llegó a su fin, viviendo a partir de entonces como una única y gran familia, felices todos juntos gracias a la fuerza del amor.

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